Al finalizar el libro “EL SÉPTIMO
CÍRCULO DEL CIELO”, de Santiago Posteguillo, quedé contagiada por el amor que
ahí nos entregan, el amor por esos escritores que sacaron sus mejores obras
cuando tocaban el infierno. Ese infierno que Kipling atravesó con la muerte de
su hija, Josephine. De esta experiencia salió el libro más esperanzador como lo
es “El libro de la selva”. El infierno
que cruzaron Rustichello y Marco Polo, encerrados en una prisión genovesa,
atrapados en una guerra que sobrellevaron con las historias de fantásticos
viajes que Marco Polo le iba narrando a su compañero. Aunque este ya tenía
algunos escritos en lengua provenzal sobre los caballeros del rey Arturo, pasa
a la historia (aunque casi nadie recuerde a Rustichello) porque convenció a
Marco Polo para dejar por escrito ese mundo fascinante que recordaba de sus
viajes, y también porque impregnó el libro con un ritmo narrativo que genera
pasión.
Muchos otros infiernos toca
Posteguillo aquí en su libro. Mujeres y hombres olvidados, enterrados por la más
grande indiferencia. Pero yo, en esta entrada quiero dejar una conversación de
un poeta que admiro profundamente con la mujer que lo inspiró y que muchas veces
olvidamos. Aparece en uno de los capítulos titulado, “La luciérnaga”. Me ha
encantado reencontrarme con ellos, hablo de Zenobia y por supuesto de Juan
Ramón Jiménez. Esta mujer culta, intelectual, promotora de la cultura española
en Estados Unidos, con una risa limpia y perfecta, llena de vida, (¿será que
por esto también me llamó la atención?) una risa diferente a todas, llenaba y
calmaba el alma del poeta que se acercaba a la pared para escucharla desde el
otro cuarto en la pensión donde él residía cuando todavía no la conocía.
La risa de Zenobia llevó al poeta
a que investigara de quién se trataba y así pudieron conocerse. Ella le habló
inmediatamente de Tagore a quien le habían dado el Premio Nobel ese año. Juan
Ramón, no había leído mucho de él porque todo estaba en inglés y no dominaba
el idioma. Zenobia le dijo inmediatamente que quizá alguien debía traducir a
Tagore para dar a conocer más su obra. Fue ella la que le hizo ver la relevancia
de la obra de Tagore.
Juan Ramón la buscaba siempre y
ella no estaba muy convencida porque tenía mejores pretendientes que un poeta.
Cuando la relación llegó a un punto muerto, el poeta le escribió a Zenobia:
“Querida Zenobia, antes, cuando volvía a casa, me encontré con el
director de La Lectura. Hablando de la biblioteca (que ahora va a publicar)
para niños, me rogó que hiciera alguna cosa a propósito. Yo había pensado hace
meses darle Elegía en prosa que tengo escrita; unas escenas [...]. Pero ahora
como este libro va en la edición completa de mis obras, no me conviene darlo a
La Lectura. Le he propuesto una traducción del libro de Tagore que esta tarde
me ha enseñado usted. Ha aceptado. De modo que ya sabe usted que hemos de
traducirlo... ¿Cuándo podríamos empezar? ¿El jueves? ¿A qué hora?”
Ella sonrió y Tagore los unió
para siempre. Juan Ramón siempre reconoció que en las traducciones de Tagore
había más de ella que de él.
Solo tendríamos que ir más allá
de lo que vemos y leemos para descubrir además de la luciérnaga de Tagore,
flores escondidas y tan hermosas como
Zenobia.
Cuando
nuestros ojos se encontraron a través del seto,
pensé que iba a decirle alguna cosa; pero
ella se fue.
Y la palabra que yo tenía que decirle se
mece día y noche,
como una barca, sobre la ola de cada hora.
Parece que navega en las nubes de otoño, en
un ansia sin fin;
que florece en flores
de anochecer,
y busca en la puesta del sol su momento
perdido.
Chispeaba la palabra, como las luciérnagas,
por mi corazón,
buscando su sentido en el crepúsculo de la
desesperanza;
la palabra que yo tenía que decirle. (The
Crescent moon)
El
Infierno del que habla en este caso
Posteguillo, sería el de una escritora más que ha sido olvidada, pero yo me he
quedado con el sentido que le dieron todos los versos traducidos a este poeta
Andaluz.
Juan
Ramón Jiménez solo se queda en esta vida unos años más después de la muerte de
su gran amor, que aunque pareciera que quedó sepultada por uno de los grandes
poetas de la literatura universal, fue todo para él en vida.
Una entrada más para compartir y alimentar un poco este blog que me resisto a abandonar del todo.
Abrazo en el aleteo amoroso de la poesía