LA DESPEDIDA (relato)



_El amor es una decisión, es algo que debes trabajar a diario. Dejamos de creer en el amor porque no sentimos las mariposas o la taquicardia, olvidándonos que eso forma parte del enamoramiento que caduca.
_ Si, te entiendo, pero no me interesa, no quiero trabajar en el amor. No quiero desacomodar mi vida, la quiero así  como la tengo. Contestó él masticando cada palabra. 

Fueron las últimas frases que se dijeron aquella noche previa a la partida de Inanna.  Ella se dio la vuelta y trató de dormir pero el sueño no llegó. Las imágenes pasaban rápido como vagones de un tren largo, tan largo que llevó años en ensamblarlo. Mantuvo los ojos cerrados mientras permitía que llegaran todos los pensamientos. 

La oscuridad en el cuarto era cómplice para que ella pudiera recrearse en momentos idos. Sonreía con tristeza al recordar algunos eventos que ya hacían parte del pasado y como pocas veces se sintió mayor. Los años pesaban. En ese instante no tenía fuerzas para insistir sin embargo sintió ganas de decir: te amo.

No lo dijo, sabía que eso no cambiaría en nada la situación. Entonces siguió evocando los años cuando comenzaron, el ímpetu de él, sus deseos, las ganas de tenerla en la cama para amarla en todo momento y era en esos momentos cuando ella se olvidaba de su edad, como si estuviera comenzando a vivir la vida. Todo era un pretexto para verse, cada lugar era una ilusión insalvable que debían habitar, las miradas se encontraban por necesidad bien cuando los dos se entregaban a la pasión o cuando se sentaban a ver una película. Necesitaban verse  más allá de los ojos, descorrer cortinas, encontrarse  y confirmar que aquel acuerdo de amarse se mantenía. Las frases ratificando su amor, los juegos, las caricias, las actividades simples eran resultados de la alegría de tenerse, de contar con el otro.

Los latidos iban en aumento, sentía que podía despertarlo y ella no quería ser descubierta. Se quedó muy quieta controlando su respiración para que su cuerpo no se moviera, pero soltó un suspiro como si este la estuviera ahogando. Sintió cómo se movía a su lado, y cómo por inercia cayó sobre su cuerpo un brazo de él. No era un abrazo, solo se había movido buscando más espacio. Comprendió todo.

Sí, esta vez sí lo entendía, aunque no  todo es tan fácil,  _ se dijo_.
Pasó las manos por la bata de dormir y notó que no había perdido el tiempo en escogerla, ya no cuidaba esos detalles, ya no importaban, no aportaban; en ese cuarto no reinaba el amor hacía muchos días.

La luna se deslizó en el cuarto y comenzó a brillar, tal vez no quería que Inanna viera más sombras de las que ya tenía por dentro. No tenía caso seguir ahí tumbada, además estaba amaneciendo.

Necesitaba levantarse y hacer todo muy rápido sin pensar, ya habría tiempo para llorar cuando se acercara la hora de la despedida.

Fue a la ducha pero antes se vio en el espejo. La desnudez le recordó que el deseo seguía dormido, entonces lloró permitiendo que se mezclaran sus lágrimas con el agua que lavaba su cuerpo.

Cuando estuvo lista llevó las maletas a la puerta y luego fue a despertarlo, pero antes se quedo quieta, viéndolo algunos minutos. Imaginó que abría sus ojos, que alargaba los brazos y  la llevaba hacia él, tumbándola en la cama y diciéndole: no te vayas.

Sonreía ahí frente a él, hasta el último minuto soñaba. Sin embargo dijo de repente como para no dar lugar a más  sueños:

 _ Despierta, de pronto si me llevas a la estación de autobuses ahora pueda encontrar alguno que salga antes del horario que tengo.

Y como si nada pasara, con un tono tranquilo él le contestó:
_ ya me pongo en marcha.

Sin lamentos ni remordimientos, sin el dramatismo de las despedidas anteriores comenzó la cuenta regresiva, el crepúsculo de un amor que hasta ese momento lo habían vestido de trigo y de sol.  

Se despidieron dentro del carro en frente de la terminal. Para no perder la costumbre intercambiaron algunas promesas tibias pero nada era igual.

Inanna  caminó sin mirar atrás, no quería dejar el sentimiento regado en las aceras. No pensaba, todo lo hacía mecánicamente, se resistía a enterrar aquel amor. No podía creer que esta vez la magia solo estaba en el cielo que se abría más y más para que la mirada tuviera un sitio donde perderse.

Se fue con el peso de los meses acumulados, con la sensación de pérdida aunque no quisiera reconocerlo, con la ilusión de un futuro encuentro aunque ella no haría nada para que se diera de nuevo, así que lo más seguro era que no sucediera.

Con las maletas llenas de momentos recorrió calles enteras hasta que estuvo lista para regresar a casa.

Todo estaba en su lugar. Colgó en el perchero de la entrada el coraje que todavía llevaba puesto  y dejó afuera  los zapatos que aún tenían en la suelas los pesares de aquella mañana.

Se dirigió al salón para poner música antes de prepararse el café que acostumbraba a tomar cuando llegaba a casa, ¡como si no hubiese pasado un solo día fuera de ella, como si nada hubiera ocurrido!

Resignada llenó su taza y fue caminando hasta su alcoba, desandando aquel pasillo.

Desde el salón se escuchaba la canción de Antonello vendetti.

Intanto fuori cambia
C'è odore di tempesta
I tuoni in lontananza
La vita è quel che resta

Mientras tanto
el cambio afuera huele a tormenta
trueno en la distancia
la vida es lo que queda.


La vida es lo que queda… 



Susana Jiménez Palmera ©